PEDREA
En el mes de
diciembre de cada año se habla mucho de la pedrea, ese premio menor de la
lotería nacional con el que se recupera parte de lo que se ha gastado
previamente con la esperanza de hacerse rico o por lo menos pasar unas buenas
navidades. Vamos, que una buena pedrea puede caer de bien “como pedrada en ojo
de boticario”, que dicen por ahí, o como un ‘buen pelotazo’ entendiendo por tal
ganar dinero de manera fácil y rápida. Pero la pedrea que hoy traigo aquí es
otra: es la que desde el Diccionario de Autoridades (1737)
hasta la electrónica del Tricentenario registran y dice la de 1737, en la
entrada pedrea: “Se toma particularmente por una especie de combate, que los
muchachos de un barrio hacen contra los de otro, apedreándose en el campo…”
La gente, durante el tiempo en el que disfruta de su niñez, va desarrollando sus propios juegos: unos heredados de generaciones anteriores (como puede ser esta pedrea), otros creados por propia iniciativa, algunos aconsejados por educadores, los de más allá promocionados por el comercio y otros que son consecuencia de la época en la que le toca vivir. Así, los niños de Jerez, los de León y los de otros lugares de esta España nuestra que ahora saborean ese periodo de la vida juegan, entre otras cosas, con ordenadores, tabletas, teléfonos móviles y demás aparatos electrónicos, pero los que nacieron durante la lucha armada entre hermanos de 1936-1939, o poco antes o poco después jugaban a la guerra, batallando barrio contra barrio, incluso, calle contra calle del mismo barrio en aquellos combates con piedras que conocían los ‘chaveas’ de Jerez como ‘pereas’: la calle Morenos se enfrentaba contra la calle Valientes, la calle Larga del Reventón de Quintos contra la calle Algarve de la misma barriada, los de la carretera contra los de las vías, los del Puerto contra los de Jerez, y aquellos altercados a veces se ganaban y otras, la mayoría, se perdían. En Jerez se preguntaba: “¿echamos una perea?” y en León se decía: “vamos a jugar a las trincheras” y se apedreaban los del Mercado contra los de San Martín, los de José Antonio (hoy Gran Vía de San Marcos) contra los de Plaza Circular (hoy plaza de Calvo Sotelo o de la Inmaculada). ¿Juego heredado o desarrollado por las circunstancias?
Pero a veces no hacía falta ni siquiera tener enemigos, vecinos mal avenidos o adversarios de este o de otro barrio pues también se celebraban pedreas entre amigos e incluso hermanos. Recuerdo “pereas” amistosas como juego: cuando mi pandilla no tenía contrarios que echarse a la cara, utilizábamos el solar del cine de verano San Agustín situado a la sazón en la calle del mismo nombre, al lado del antiguo Convento, por aquel entonces Cuartel de la Guardia Civil de la calle Conde de Bayona que ahora se utiliza para otros menesteres; entrabamos por el hueco de la taquilla y una vez en el interior, bien pertrechados de piedras, trozos de ladrillo, etc., es decir, con munición abundante y convenientemente resguardados de miradas indiscretas, divididos en dos bandos y bien parapetados, luchábamos entre amigos, pero como si no lo fuéramos, hasta que alguien acababa descalabrado por un buen pelotazo, es decir, una buena pedrada (pelote en Jerez es sinómino de piedra) y esa era la señal para dejar de combatir entre hermanos; ni que decir tiene que estas luchas eran en invierno, cuando no había proyecciones cinematográficas.
Dreas
las llama Cela (1992) y las describe así: "Este remoto confín del
Canalillo era el escenario de las dreas, o peleas a pedradas, entre los chicos
de distintos barrios... a mano, las piedras pueden tirarse de tres maneras
diferentes: a voleo, a lo mejor es a bolea, no sé, a sobaquillo y a la
remanguillé... La panda que ganaba la drea se quedaba dueña del terreno.
Dreas,
también, las denomina García Trapiello (1988) que escribió: "Cruzan calles
en las que la rapacería juega al marro, al rey monumento, la tarusa, la
rayuela, la pelota... son los juegos civilizados. La verdadera pasión de la
chavalería es otra, las dreas, las pedradas, las eternas guerras entre barrios
vecinos. El honor se exhibe en escalabraduras que cuenta: y cicatrices…”
Crémer
(1983) las cita como apedreas y cuenta: "Y los barrios, como en la
carlistada, se organizaron en Batallones... colocando en las fronteras carteles
injuriosos... ...Los de San Martín
tienen huerto y los del Mercado cagamos en dentro"
“En Valencia, los estudiantes se apedreaban
unos contra otros y a ese juego lo denominaban arca.” (DRAE H, 1933).
El
tirador o tirachinas y la honda no se utilizaban en este juego.
Caro
(1694) nos transmite un juego con piedras mucho más apropiado para niños y
niñas al que llama el ephedrismo
y con algunas variantes la maruca o
marichiva, que describe así: "El ephedrismo es levantar una piedra y
desde lejos tirarle con pelotas o con piedras; el que no la derriba, en pena
lleva a cuestas al que la derriba, el cual le lleva tapados los ojos con las
manos hasta que acierta con la piedra." La maruca o marichiva se juega igual,
aunque con alguna variante, pues si juegan muchos el que gana a todos los
persigue corriendo hasta coger a alguno. Si lo consigue, éste tiene que llevar
a cuestas a aquél, tapados los ojos, hasta el lugar donde esté la maruca. Mientras tanto, los que han
escapado tienen que volver al puesto y escupir en él, pues si tal no hacen
pueden ser perseguidos, atrapados y penalizados con la carga del ganador.
Valserra
(1994) describe otra variedad, el epostracismo y dice de él que fue un juego de
los niños griegos (los de la Antigua Grecia). Homero escribió sobre él) que
consistía en "lanzar una concha de ostra sobre la superficie del agua y
contar los saltos que daba".
Es un juego que
actualmente no
se hace con conchas de ostras, pero con piedras planas sí que se juega a este
epostracismo que se conoce también como
cabrillas,
hacer patito, hacer la rana, hacer sapito o la chata y cuyo objetivo
es lanzar una piedra plana contra la superficie del agua de forma que
rebote una o más veces..
a los cantos. Uno de los juegos de Gargantúa, según García-Die (1972). // Puede ser la pedrea. También puede ser jugar al canto, acepción 2.
Al comenzar un refrán y al final otros dos: Palabra y piedra suelta no tiene vuelta. “Refrán que enseña la reflexión y cautela que se debe tener en proferir palabras, especialmente las que puedan herir, porque una vez dichas no se pueden recoger.” (DRAE, 1780). Pedrada contada nunca ganada. “Refrán que enseña que la jactancia en las cosas regularmente arguye ser inciertas.” (DRAE, 1780).
NOTA. Después de publicar este artículo me ha venido otro recuerdo de pedrea
entre amigos. Entre los años 1947 y 1956 del siglo pasado yo trabajaba como
Meritorio en el Juzgado de 1ª Instancia e Instrucción nº 2 de los de Jerez que
entonces tenía dos juzgados de lo penal y de lo civil que estaban situados en la esquina de la
plaza Monti con la calle Armas (ahora es un Colegio). Pues cierto día, al
principio de mi vida laboral y con ocasión de que estaban haciendo unas obras
para dividir una sala en dos, a alguien se le ocurrió la idea de que podíamos
echar una padrea con merengues entre los trabajadores de uno y otro Juzgado
(naturalmente sin jueces ni secretarios), dicho y hecho. Ese alguien vino
cargado de merengues un fin de semana y durante un buen rato nos dedicamos a
apedrearnos con tan dulce armamento, pero se acabó la munición y no recuerdo
bien si alguien la sustituyó por un ladrillo de la obra o le dio un empujón
sin querer al tabique, pero lo cierto es que se cayeron dos o tres filas de
ladrillos lo que nos asustó por lo que podía ocurrir cuando volvieran los obreros
el lunes y ese alguien o algún otro propuso que ya que había material a pie de
obra lo reconstruyéramos. Así lo hicimos, pero nuestra labor quedó muy
defectuosa, tanto es que cuando volvieron los trabajadores y vieron el desastre
nos preguntaron qué había pasado y, naturalmente, nadie sabía nada. Yo lo he
recordado hoy y como el delito o falta ya habrá prescrito lo confieso
públicamente. Vale lo escrito y lo añado al texto anterior (17/09/2024).
BIBLIOGRAFÍA
Cela,
C. J. (1992). Memorias entendimientos y voluntades. Capítulo V de las memorias de Cela. Revista Gente de Diario 16. Año IV, nº 143, 12-I-1992),
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